De un plumazo, la administración de Trump ha comenzado a desmantelar USAID. Miles de funcionarios, junto con sus familias, han sido obligados a sacar a sus hijos del colegio de forma abrupta y tomar rumbo hacia Estados Unidos. Los alimentos que distribuían en las peores crisis humanitarias del planeta se pudren en los hangares, y a niños en Somalia se les ha informado que no podrán recibir la vacuna contra la tuberculosis.
Las formas y la humillación han sido tan importantes como la decisión. Dos plutócratas, en un fin de semana, anunciaron su intención de cerrar la agencia de desarrollo más grande del mundo “porque está llena de gusanos”, con mofas y a golpe de tuit. China y Rusia se frotan las manos ante este tiro en el pie de un Estados Unidos, y de Occidente en general, cada vez menos querido en infinidad de contextos del Sur Global por su arrogancia y dobles estándares. La cooperación era, hasta ahora, una forma de mostrar su mejor versión.
La decisión ha supuesto un terremoto sin precedentes que deja en riesgo de muerte el sistema de ayuda internacional tal como lo construimos en 1945 y que han mantenido todos los presidentes de Estados Unidos desde entonces, junto con los del resto del planeta. “Si no queremos morir juntos en guerras, debemos aprender a vivir juntos en paz”, decía el presidente Truman en la fundación de Naciones Unidas en 1945 en San Francisco, EE UU, cuando su país representaba el 50% de la economía global, no el 20% como ahora, y comprendía la importancia de la colaboración y cooperación entre los países para la búsqueda de una prosperidad colectiva.
Estados Unidos, nos guste o no, ha ejercido un papel crucial en el financiamiento de estructuras públicas globales, una responsabilidad que ha decidido abandonar, contribuyendo a la fractura del orden global
También se han retirado los fondos a diferentes agencias de Naciones Unidas, como la Organización Mundial de la Salud(OMS), y se ha suspendido la participación en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Los fondos para la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA) están congelados, al igual que 1.200 millones de UNICEF. El cierre de un programa de salud materno-infantil de UNFPA en Afganistán ha supuesto el despido inmediato de 1.700 mujeres profesionales afganas.
Estados Unidos, nos guste o no, ha ejercido un papel crucial en el financiamiento de estructuras públicas globales, una responsabilidad que ha decidido abandonar, contribuyendo a la fractura del orden global y debilitando el sistema multilateral.
Lo ha hecho sin ser un país especialmente generoso. Solo destinaba el 0,24% de su Ingreso Nacional Bruto a la asistencia oficial al desarrollo, una de las cifras más bajas dentro de la OCDE, con una ayuda muchas veces condicionada a favorecer sus propios intereses. La ayuda humanitaria le servía para deshacerse de sus excedentes agrícolas, obligaba a la compra de sus propios vehículos y, en general, favorecía a sus empresas, como las consultoras.
Sin embargo, ese pequeño porcentaje de su riqueza representaba el 43% de la ayuda humanitaria global, esencial en algunas de las principales crisis humanitarias y países más castigados del mundo, como Afganistán o Sudán. No olvidemos que uno de cada cinco niñas y niños del planeta vive en una zona de conflicto o huye de ella, aproximadamente 400 millones. Naciones Unidas ya consideraba el año pasado como catastrófico debido a la falta de fondos suficientes para atender todas las necesidades humanitarias y al ataque constante contra su labor. El 2025 será aún más violento e impredecible.
La cooperación, como su propio nombre indica, siempre ha sido un beneficio mutuo: al país receptor, pero también al oferente. Servía para frenar la migración hacia su territorio, reducir el cultivo de drogas, prevenir enfermedades globales, mantener a países en su órbita de influencia y alejarlos de la de otros. Era una herramienta de soft power y de apoyo a su seguridad, garantizando que sus aviones pudieran sobrevolar ciertos territorios y sus fragatas atracar en puertos estratégicos. Samantha Power, exadministradora de USAID, lo explicó muy bien esta semana.
Ese pequeño porcentaje de su riqueza representaba el 43% de la ayuda humanitaria global, esencial en algunas de las principales crisis humanitarias y países más castigados del mundo
USAID requería una reforma profunda, pero esa discusión ya carece de sentido. Quien vea en su cierre una oportunidad es un cínico o un estúpido de sofá. No se cubrirá ese vacío. Franciatambién prevé recortes del 40% en su ayuda, la UE del 35% en los próximos tres años, y Suiza reducirá de manera significativa su apoyo a las agencias de Naciones Unidas. Nos enfrentamos a un panorama de mayor inestabilidad ante un orden internacional agrietado y un nuevo sistema que aún ni siquiera ha sido concebido.
Habrá tiempo para reflexionar sobre cómo hemos llegado hasta aquí, qué hacer para recomponer el daño que esta decisión ha causado e incluso para identificar oportunidades a mediano plazo para quienes creemos que el sistema debía descolonizarse, desburocratizarse, volverse menos rígido y centrarse en procesos sostenibles. Pero ahora es momento de acuerpar a las miles de organizaciones sociales fundamentales que han perdido su apoyo y prepararnos rápidamente para lo que grupos extremistas, envalentonados y posiblemente financiados, puedan hacer a partir de ahora. En esas estamos.
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